
Tipo: Libro Fisico*
Año de Edición: 2025
El 22 de octubre de 1993, un incendio devastó parte del edificio central de UTE en Montevideo, dejando tres funcionarias fallecidas y una profunda huella institucional. José Alem, abogado y exjerarca del ente, vivió el suceso en carne propia: estuvo presente desde los primeros momentos, coordinando junto a bomberos y policías, y fue uno de los primeros en ingresar al edificio destruido.
Tres décadas después, decidió escribir El día que fui al infierno, un libro que mezcla testimonio personal y reconstrucción documental. En esta entrevista a Montevideo Portal, Alem reflexiona sobre lo vivido, los aprendizajes que dejó y la importancia de no olvidar.
¿Qué lo impulsó a escribir este libro sobre un episodio tan doloroso?
Me impulsó el deseo de dejar constancia, de primera mano, de cómo sucedieron los hechos. El destino —o la casualidad— de vivir a la vuelta del Palacio de la Luz me permitió estar presente de inmediato, desde los primeros minutos del incendio. Durante horas fui la autoridad máxima en el lugar. Interactué con bomberos, policías, y fui junto a dos compañeros uno de los primeros en ingresar al edificio, donde vimos los destrozos... y los cuerpos de las funcionarias fallecidas.
¿Por qué considera importante preservar la memoria de este incendio?
Creo que es fundamental para aprender. Por la seguridad, por las vidas perdidas, y también por respeto a quienes actuaron con valentía: los bomberos, la policía, los pilotos de la Fuerza Aérea y los funcionarios de UTE que trabajaron en la recuperación de lo perdido. Es un homenaje y una lección a la vez.
¿Cómo logró equilibrar el relato documental con la experiencia personal?
No le voy a mentir: no sé exactamente cómo logré ese equilibrio. Pero escribir antes seis libros jurídicos y muchos artículos donde analizo leyes, doctrina y jurisprudencia me ayudó. Esa formación me permitió sostener un enfoque riguroso incluso al narrar una vivencia tan emocional.
¿Qué marcas le dejó esa experiencia, más allá de lo físico?
Sin dudas, lo peor fue encontrar los cuerpos. El sitio donde ocurrió ya está cambiado, pero evito entrar. Si paso cerca, el recuerdo vuelve inevitablemente. Lo demás, aunque duro, lo asumo como experiencias para aprender y mejorar.
Si pudiera transmitir una enseñanza clave a las nuevas generaciones, ¿cuál sería?
La necesidad de formación permanente en seguridad. Los funcionarios de UTE habían hecho cursos y, ante el fuego, supieron subir a la azotea. Se salvaron. Las funcionarias tercerizadas se quedaron donde estaban. Fallecieron.
También aprendimos que dos objetos esenciales no deben estar en un mismo lugar: ambos centros de cómputos estaban en el Palacio; uno se perdió. Hoy están en lugares distintos y seguros. Costó muy caro aprenderlo.
El libro
En la madrugada del 13 de agosto de 1993, el Palacio de la Luz, esplendor de mármol y tecnología, en la ciudad de Montevideo, se volvió una trampa mortal.
Las llamas, implacables, treparon como castigo divino, devorando archivos, ideas y la vida de cinco mujeres que trabajaban en el aseo de los pisos de la enorme edificación. El humo ahogó los gritos; el edificio, diseñado para brillar, ardía por el fuego descontrolado.
Un helicóptero surcó el cielo negro. ``Entramos todo o no entra nadie´´, gritó un bombero colgado de un cable sobre el abismo. Abajo, José Alem y otros testigos miraban impotentes mientras el mármol estallaba como lágrimas seca chocando con las salpicaduras de agua.
El fuego se llevó lo más valioso: vidas humanas. Hoy, esas víctimas son memoria viva, en un país que aprendió, con dolor, que la luz más frágil no es la eléctrica, sino la humana.
Editorial: ICN
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